Prisciliano de Compostela
Cuando se muere un ser humano, la vida sigue. Los que se reunieron a su alrededor se dispersan, cada cual sigue su rumbo, y el que ha partido se convierte en el recuerdo de un tiempo que se compartió. Pero los que lo han tratado no se quedan igual.
Todos somos faros para todos. Todos nos influímos; aun cuando nuestra relación transcurra a traves de las letras. Las palabras y las frases se convierten en instrumentos que trasladan nuestra identidad hacia el ser de los demás y viceversa; y al final, los demás no son sólo lo que son y lo que han sido, sinó lo que nosotros hemos imaginado de ellos.
El Sol vuelve a salir con la misma fuerza de siempre. La Tierra sigue dando vueltas. Nuestro cuerpo se va gastando, cada día más cansado. En nuestro interior pervive el joven que un día fuímos y que ya no se refleja en el espejo. Somos mejores; hemos aprendido a fuerza de desventuras y esperanzas inquebrantables. Hemos crecido en el arte extraño de la humildad. Ya no haríamos todo lo que hicimos, ni de la manera como lo hicimos. Maduramos como los buenos frutos cada vez más cerca del momento en que nos desprenderemos del árbol y llegaremos a ese lugar extraño que siempre consideramos como un final misterioso. Cuando menos lo esperemos, estaremos ahí, y nos maravillaremos.
Me pregunto hacia donde irá este extraño blog que nació un día para justificar un pseudónimo con el que me comunicaba con Suso y sus barullanos. Sin planteármelo, me convertí en un barullano más; el que escribía más largo, unos de los que estaba menos de acuerdo con todo, pero con coincidencias esenciales que quizá eran más importantes que las opiniones.
No importa hacia donde irá el blog; nunca nació con la vocación de ser un blog, sinó una especie de refugio para un hereje que cada vez se siente menos hereje.
Repasando la historia de Prisciliano, me doy cuenta de que quizá la principal herejía fue la conversión en la iglesia del Imperio Romano, con jerarquías, juicios, castigos y muertes, y que quizá el camino era ser sencillos como palomas, sin más ambición que respetarnos y amarnos. Cada día que pasa me siento más cerca del llamado hereje, Prisciliano de Compostela, que un día será declarado santo, aunque que no creo que esto a él le importe mucho.
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