Sábado
Amanece. Aquí está nublado, y está previsto que el cielo descargue toda su furia en pocas horas; quizá se equivoquen. El mundo a nuestro alrededor está en silencio. Se escucha algún autobús. Se respira la calma de fondo de los sábados por la mañana. De pequeño, a menudo me preguntaba por qué no era siempre sábado. El sábado me gustaba más que el domingo. El domingo era amenazante; señalaba el final del imperio de la libertad. El sábado era bosque, montaña, fragancia de tomillo y de romero, musgo en las rocas si llovía, el color rojizo de la piedra, mis abuelos vivos y sonrientes, un buen arroz en medio de una gran familia, el fútbol con mis primos; mis padres, vivos los dos y sonrientes. Aún no pensábamos en herencias, particiones horizontales o hipotecas. ¿Por qué no será siempre así?