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Mostrando las entradas etiquetadas como Recuerdos de Prisciliano

Carta a un rehén

"  ¡Estoy tan cansado de las polémicas, de los exclusivismos, de los fanatismos! Yo puedo entrar en tu casa sin tener que vestir un uniforme, sin verme obligado a recitar un Corán, sin tener que renunciar a nada de mi patria interior. A tu lado no tengo que disculparme, no tengo que defender, no tengo que probar; encuentro la paz... Por encima de mis torpes palabras, por encima de los razonamientos que pueden confundirme, tú, en mí, sólo tienes en cuenta al Hombre. En mí reconoces al embajador de creencias, de costumbres, de amores personales. Si difiero de ti, lejos de perjudicarte te enriquezco. Me haces preguntas como se pregunta al viajero. Yo, como todos, necesito ser reconocido, contigo me siento limpio y por eso me dirijo a ti. Necesito ir a donde me sienta limpio. No han sido mis fórmulas ni mis andanzas las que te han permitido saber quién soy: ha sido el aceptar quién soy lo que, en todo caso, te ha hecho ser indulgente tanto con estas andanzas como con aquellas fórmulas...

Esos ojos negros

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  Me gusta la gente desconocida que canta; y que además lo hace bien. Me gusta la sencillez, el corazón, la emoción. No me gusta la fama, ni el glamour, ni la gloria. No me gusta que se confunda el arte con el dinero, la belleza con la perfección. Me gusta la belleza de la imperfección. ¡Está canción me trae tan buenos recuerdos de una época loca de juventud a la cual no volvería pero que me alegra haber visitado! El mundo de los ricos está lleno de camisas de once varas, corpiños estrechos, necesidades insoportables que no son necesidades, apariencias que son rejas doradas. Me gusta lo humilde y me emociono hasta llorar.

Los días de penumbra pasarán

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Dejas a Dios, pero él te sigue. Te caes. Miras hacia atrás. Ves una estela de oscuridad y luz. Vas hacia adelante. Persiste la oscuridad y la luz, como si el viento arrastrara las nubes y jugara con el Sol, los rayos y el paisaje. Una locura, un frenesí de claridad y negrura se suceden en una vida de locura. Se reciben miles de dones sin merecer ninguno. Te cansas, enfermas. Te caes del todo; casi te mueres; casi dejas de ser tú.  Sobrevives y vuelves a Dios. No eres el mismo, y el Dios al que vuelves no se puede describir ni acotar; pero ahí estás. Casi siempre brilla el Sol, casi nunca vuelve la oscuridad, y quizá ya nunca más lo haga. Se mantienen las canciones, la música, la poesía, la belleza, el dolor, el esfuerzo, la cruz, la lucha, la libertad. Y Dios siempre está aun cuando a veces no lo parezca. Sol sim mim En algún lugar debajo de tu piel, Sol Do Sol está Dios, búscalo, Do Re7 Sol mim no temas encontrarte, cara a cara con Él. Do Re7 Sol mim Atrévete, descubrirás que hay ...

Oraciones convalidadas

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  Este pobre y desorientado hereje siente tu presencia cuando estoy allí. ¿Y no sé quien eres? Dicen que eres su madre amada, y madre de todos; yo no lo sé. Otros dicen que naces de la imaginación de las almas puras; tampoco lo sé; aunque hay hechos difíciles de explicar si así fuera. La Iglesia dice que no estamos obligados a creer en tus apariciones, seas quien seas; aunque yo soy hereje y voy un poco por libre.  Yo aplico el principio de convalidación. Cuando uno estudia una carrera en América, si quiere ejercerla en Europa, muchas veces tienen que convalidarla o verificarla, no sé cual es la palabra. Lo que vengo a decir es que si en realidad fueras Budha y yo le rezara a la Virgen María, a Budha no le importaría, y me convalidaría mis oraciones. Igualmente si eres algun ser inmenso de Dios, quizá inexplicable, y yo le rezo a la Virgen María, también te estará bien. Y si eres la Virgen Maria, y te rezo, sin creer demasiado, o nada, en los dogmas que se relacionan contigo, ...

Fuera hace Sol y el aire es fresco

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  Fuera hace Sol, y el aire es fresco. El cielo es intensamente azul, y las nubes parecen de algodón. A las ocho de la mañana, el día parecía gris, però se ha levantado; y brilla, como brilla el amor de Dios por todas partes. Dentro, todo está oscuro, y una voz amenaza. Me pregunto retóricamente si la primera voz que escuchamos referida a Dios recoge esta amenza ontológica contundente, absoluta y sin paliativos. Resulta terriblemente asombroso con que facilidad las personas se creen doctrinas infernales absolutamente contrarias a cualquier sentido, humano o divino. La mente piensa: "Por si acaso, me reprimo. Por si acaso, acato. No sea que fuera cierto. Por si acaso, ato mi vida con alambre de espino si hace falta, me olvido de la sonrisa... por si acaso..." A algunos, lo primero que les describieron de Dios fue la amenaza. Un Dios que nos hace nacer desnudos, consecuencia de la copulación, bastante torpes y con tendencia a liarla. Muy sordos, y otro tanto, ciegos. Si los pre...

Yo, hereje.

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Cuando me fui, flotaba de felicidad; aun encontrándome con una vida social muy pobre, muy dañada, y con unos aprendizajes transversales que me ha costado décadas deshacer. Yo, precisamente yo, no me puedo quejar, porque jamás me entregué a nada que mi conciencia considerara malo; jamás. Me perjudicaron poco, y saqué mucho de bueno. Aprendí a luchar contra aquello de mí que podía dañar a otros; aprendí a creer en el perdón sin límite; descubrí la belleza de la vida con sus cruces y sus estrellas; asumí las formas de una persona culta y aprendí a amar la cultura, el saber, las personas. Debo decir que algunas de las cosas que aprendí fueron las que después me sirvieron para irme. También me perjudicaron. Me alejaron, disimuladamente y con estrategias diversas, de las chicas; indirectamente intentaron convertirlas, en mi mente, en el camino de la perdición. Digo “intentaron” porque jamás lo consiguieron; pero, puesto que yo pasaba muchas horas con ellos, y ellos eran a las mujeres lo qu...

Los, los leones... No, no, nos van a comer!

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Roma. Finales de marzo o principios de abril de 1986. Decenas de adolescentes rebosantes de hormonas entran en las profundidades de las catacumbas. El techo es bajo; las paredes del túnel dejan un pasadizo estrecho. En las mismas paredes, orificios a modo de nichos sin lápida dejan ver huesos, calaveras, polvo humano descompuesto. Una luz tenue, macabra y sugerente nos sumerge en un ambiente de película de Semana Santa. Los buenos chavales, como yo, se emocionan pensando en los primeros cristianos: sus cánticos, su fe, su lucha, su miedo. De repente, uno de los que nos dirigían —el más macarra, delgaducho y con un bigotillo bien cuidado— empieza a cantar como un poseso con la melodía de un tradicional desfile norteamericano: Los los leones... No no nos van a comer... Los los leones... No no nos van a comer... A su voz socarrona se unen las voces de los hormonados que le seguíamos, los cuales nos esforzábamos por no romper a reír. El macarra era Suso Mendive, y uno de los hormona...

Sábado

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Amanece. Aquí está nublado, y está previsto que el cielo descargue toda su furia en pocas horas; quizá se equivoquen. El mundo a nuestro alrededor está en silencio. Se escucha algún autobús. Se respira la calma de fondo de los sábados por la mañana. De pequeño, a menudo me preguntaba por qué no era siempre sábado. El sábado me gustaba más que el domingo. El domingo era amenazante; señalaba el final del imperio de la libertad. El sábado era bosque, montaña, fragancia de tomillo y de romero, musgo en las rocas si llovía, el color rojizo de la piedra, mis abuelos vivos y sonrientes, un buen arroz en medio de una gran familia, el fútbol con mis primos; mis padres, vivos los dos y sonrientes. Aún no pensábamos en herencias, particiones horizontales o hipotecas. ¿Por qué no será siempre así?