Lo que aprendí, lo que descubrí, lo que lloré, lo que escuché, lo que soñé.


(De ese lugar, espacio, realidad ambigua donde todos los barullanos coincidimos un día, saqué grandes cosas. No todo fue malo. No todo estuvo equivocado. En todo, está Dios. Todo es un regalo.) 

Aprendí a esperar en Dios sin límite. Aprendí que la vida es alegría. Aprendí que la palabra puede más que la violencia física, pero que a veces la palabra también puede ser violencia. Aprendí que la vida es un camino, pero que en ese camino estamos solos aunque no lo parezca. Aprendí que Dios no  habla únicamente a traves de los directores, y que a veces, lo que nos dice, no es lo mismo que nos dicen ellos. Aprendí que la verdadera religión está por encima de todas las religiones, y que nadie la profesa; y que sus misterios se encuentran protegidos por la inocencia de los niños, la belleza de la naturaleza, y la sonrisa de Dios en nuestros hijos.

Descubrí que Dios existe, pero que nadie me lo explicará bien. Descubrí las palabras divinas en los renglones torcidos; la providencia de Dios en las grietas de mis miserias, como un chico gamberro que lanza con odio una piedra a un manzano y éste le regala una fruta deliciosa que enternece su corazón y que le cambia la vida. ¡Descubrí tanto por agradecer! Descubrí que, a veces, lo que muchos consideran pecado es un regalo de Dios y una realidad donde le podemos y le debemos encontrar. Descubrí que Dios habla a los miserables como yo a pesar de ser miserables, e incluso antes de dejar de ser miserables. Descubrí que la política, como el dinero, como las discusiones, como el ego, sin ser malos, llevan veneno dentro; y que por encima de ese humo oscuro, existe la claridad del ser que nos espera a todos.

Lloré de emoción con el Reina de reinas; lloro aun sin creer mucho en la doctrina. Escucho la voz de Dios que, más allá de dogmas en los que no creo, me sonríe, me espera, me señala el camino. Encontré a un Dios que no me exige creer nada, sinó amar mucho, y ser y sentirme libre, porque Él no desea otra cosa para todos.

Y un día soñé algo, a modo de revelación; y al despertar, se me olvidó lo que había soñado, pero no su mensaje. Lo que soñé fue tan grandioso, tan bello, tan cierto, tan alegre, tan esperanzador... Que desde entonces no temo nada, y sé que todo acabará bien, que todo continuará bien, aquí y más allá.


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